Ven, Señor Jesús

EL LLAMADO DE BEREA

Diciembre 2012

Dave Hunt

 

En 2 Samuel, comenzando en el capítulo 13, se nos presenta a una secuencia trágica de acontecimientos en la vida del rey David. El juicio por parte de Dios por su adulterio con Betsabé y el asesinato de su marido, Urías, está a punto de venir sobre él (2 Samuel 12:1-4). El hijo de David, Amnón, obliga a una de sus hermanas, Tamar, cometiendo incesto. El hijo predilecto de David, Absalón, toma venganza y ha matado a Amnón, entonces huye de la ira de David.

Joab astutamente ingenia el retorno de Absalón a Jerusalén, y éste procede a hacer volver los corazones de la gente de Israel de David. Una vez logrado, Absalón “envió espías por todas las tribus de Israel, diciendo: Cuando oyereis el sonido de la trompeta, diréis: Absalón reina en Hebrón” (2 Samuel 15:10). Esta fue la ciudad donde David había sido primero coronado rey (2 Samuel 5:1-5).

Al enterarse de que Israel lo ha rechazado en favor de Absalón, David abandona su trono al usurpador y huye de Jerusalén con sus 600 hombres poderosos y muchos sirvientes (2 Samuel 15:13-22). En alianza con David, Sadoc y Abiatar sacerdotes, junto con los levitas que llevaban el arca del pacto, tratan de unirse a la procesión huyendo de Jerusalén.

David, sin embargo, demuestra una vez más por qué Dios dijo: “He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, el cual hará toda mi voluntad” (Hch: 13:22). Él le dice a los sacerdotes: “Vuelve el arca de Dios a la ciudad; que si yo hallare gracia en los ojos de Jehová, Él me volverá… pero si [no] … que haga de mí lo que bien le pareciere” (2 Samuel 15:25-26). Entonces David se encarga de Ahimaas hijo de Sadoc y Jonatán, hijo de Abiatar, para actuar como espías y llevar información vital para él (15:27-29).

A David se le dice que Ahitofel es parte de la conspiración de Absalón. Conocido por su sabiduría, este hombre había sido el principal asesor de David y fue probablemente el estratega más brillante que el mundo haya visto jamás: “Y el consejo que daba Ahitofel en aquellos días, era como si consultaran la palabra de Dios. Tal era el consejo de Ahitofel, tanto con David como con Absalón” (16:23). David al instante ofrece una oración que se dirige al corazón del asunto. Es un modelo para nosotros hoy de visión, brevedad y eficacia: “Entontece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitofel” (2 Samuel 15:31).

Casi de inmediato, Husai el arquita, amigo leal y consejero desde hace mucho tiempo, aparece “trayendo rota su ropa, y tierra sobre su cabeza” (v. 32). David reconoce en él la respuesta a su oración: no es un milagro, sino un medio. ¡Muchas veces le pedimos a Dios que haga por nosotros lo que podría tener un papel en hacer por nosotros mismos si queremos utilizar lo que Él ofrece! David le dice a Husai: “… si regresas a la ciudad y dices a Absalón: Rey, yo seré tu siervo… entonces tú frustrarás por mí el consejo de Ahitofel” (vs. 33,34). Y así sería.

Ahitofel insta a Absalón: “Déjame escoger ahora doce mil hombres, y me levantaré, y seguiré a David esta noche; y daré sobre él mientras él está cansado y débil de manos… y mataré al rey solo” ( 17:1,2). El consejo de Ahitofel era la única posibilidad. Pero al jugar con la reputación de David y sus hombres como guerreros invencibles, Husai advierte: “El consejo que ha dado esta vez Ahitofel no es bueno… Tú sabes que tu padre y los suyos son hombres valientes… con amargura de ánimo, como la osa en el campo cuando le han quitado sus cachorros… tu padre es hombre de guerra, y no pasará la noche con el pueblo… He aquí él estará ahora escondido… y si al principio cayeren algunos de los tuyos, cualquiera que lo oyere dirá: El pueblo que sigue a Absalón ha sido derrotado. Y aun el hombre valiente, cuyo corazón es como corazón de león, sin duda desmayará; porque todo Israel sabe que tu padre es hombre valiente, y que los que están con él son hombres valientes. Aconsejo, pues, que todo Israel se junte a ti… en multitud como la arena que está a la orilla del mary que tú en persona vayas a la batalla. Entonces le acometeremos… como cuando el rocío cae sobre la tierra, y ni uno dejaremos de él, y de todos los que con él están” (17:7-12).

Absalón y sus hombres se sienten atraídos por la idea de tener cientos de miles de personas que se unieran para atacar a los 600 hombres de David, y aceptar el consejo de Husai que “Jehová había ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara” (v. 14). Este último sabe que si David y sus hombres tienen tiempo para conseguir algo de comida y descanso, todos los varones de Israel, no serán suficiente para derrotarlos.

Ahitofel es una figura trágica: Un maestro estratega cuya asombrosa carrera ha sido impulsada, no por amor al Dios de Israel y su lealtad a David que Él ha elegido para ser rey, sino por su amor a burlar los enemigos de Israel y ser admirado como el cerebro detrás del éxito fenomenal que ha dado Dios a David. El hecho de que el niño pastor despreciado David venció a Goliat y los filisteos simplemente por la fe en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob nunca se ha apoderado del alma de Ahitofel. Para él, no hay más desafíos en el servicio a David después de que los enemigos de Israel han sido derrotados… mientras que guiar la revuelta de Absalón le traerá de su retiro virtual y en acción de nuevo.

Ahitofel aparentemente ve en la rebelión de Absalón, la oportunidad para las nuevas exigencias sobre su genio. He aquí una tarea emocionante digna de su notable talento. Pero ahora su sabio consejo ha sido rechazado. Al saber exactamente lo que el resultado será, no duda un instante: “Y Ahitofel, viendo que no se había puesto por obra su consejo, enalbardó su asno, y se levantó, y se fue a su casa en su ciudad; y después de disponer acerca de su casa, se ahorcó y murió…” (17:23).

David, también, sabe que todo Israel no puede competir con sus 600 guerreros increíbles, uno de los cuales “blandiendo su lanza mató a ochocientos hombres en una ocasión” (2 Sam: 23:8), otro “hirió a los filisteos hasta que su mano… quedó pegada a la espada… y se volvió el pueblo en pos de él solamente a tomar el despojo” (23:10); otro mató a 300 en una hora (23:18). David suplica con su ejército invencible “Tratad benignamente por amor de mí… [a] Absalón” (18:5). Y así sucede precisamente como Ahitofel, Husai, y David han previsto: bajo el liderazgo de Absalón, Israel sufre una derrota sorprendente.

A pesar de la apasionada defensa de David, Joab mata a Absalón con el fin de eliminar cualquier desafío a David. Israel se avergüenza de su deslealtad para con su rey legítimo, pero no sabe qué hacer. Tal vez reconociendo juicio de Dios sobre su pecado, David llora desconsoladamente en reclusión por Absalón: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 18:33).

Joab, que durante toda su perversidad es un hombre de perspicacia, reprende a David: “… Joab [le] dijo: Tú has avergonzado el rostro de todos tus siervos… pues hoy echo de ver que si Absalón viviera, bien que nosotros todos estuviéramos hoy muertos, entonces estarías contento… si no sales [a la gente], no quedará ni uno contigo esta noche… Entonces se levantó el rey, y se sentó a la puerta… Y vino todo el pueblo delante del rey; mas Israel había huido, cada uno a su tienda” (2 Samuel 19:1-8).

La gente recuerda que David, después de todo, les ha librado de los filisteos y otros enemigos y los ha gobernado bien. Con Absalón muerto, la palabra se propaga rápidamente: “¿Por qué, pues, estáis callados con respecto a hacer volver al rey?” (v. 10).

A pesar de que Absalón ha sido derrotado, David no volverá a su trono en Jerusalén hasta que los corazones de la gente han cambiado hacia él y le dan la bienvenida a su regreso. Pero David no está inactivo. Él envía a Sadoc y Abiatar, los sacerdotes, a los ancianos de Judá a decirles: “Vosotros sois mis hermanos; mis huesos y mi carne sois. ¿Por qué, pues, seréis vosotros los postreros en hacer volver al rey?” (19:11,12).

Este llamado “inclinó el corazón de todos los varones de Judá, como el de un solo hombre, para que enviasen a decir al rey: Vuelve tú, y todos tus siervos”. Sólo entonces “volvió, pues, el rey, y vino hasta el Jordán. Y Judá vino a Gilgal, a recibir al rey” (19:9-15).

Sin duda, esta historia tiene implicaciones proféticas de los últimos días en los que nos encontramos. A pesar de los que dicen que Dios ha terminado con Israel y que la iglesia es el “nuevo Israel”, decenas de profecías predicen una restauración plena y definitiva de Israel en su tierra, con la decisión sobre su Mesías para siempre en el trono de David. Esta restauración debe estar todavía en el futuro porque no hay nada que se acerque a estas promesas proféticas y jamás ha ocurrido en la historia de Israel (añadiremos cursivas y negritas para resaltar la permanencia de estas promesas como una prueba más de que el cumplimiento es todavía en el futuro):

“El que esparció a Israel lo reunirá… Y vendrán, y cantarán en lo alto de Sión… y nunca más tendrán dolor” (Jeremías 31:10-12)…. La ciudad [Jerusalén] será edificada a Jehová… No será arrancada ni destruida más para siempre (vv. 38,40)…. Como reconoce su rebaño el pastor… así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas…. Y yo las sacaré de los pueblos, y las juntaré de las tierras; y las traeré a su propia tierra… Y levantaré sobre ellas a un pastor… a mi siervo David… Él será su pastor… Y no serán más por presa a las naciones… sino que habitarán seguros, y no habrá quien los espante (Ezequiel 34:12,13, 23,28)…. Y os haré mayor bien que en vuestros principios; y sabréis que yo soy Jehová… ni [nunca] más llevarás el oprobio de pueblos… (Ezequiel 36:11,15) Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros… Esta tierra que estaba asolada ha venido a ser como el huerto del Edén (vv. 26,35)…. sabrán que yo Jehová reedifiqué lo que estaba derribado, y planté lo que estaba asolado. Yo Jehová he hablado, y lo haré” (v. 36) Y habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres, en ella habitarán ellos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David les será príncipe para siempre… mi santuario en medio de ellos para siempre (37:24-28)…. Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre…. Y de aquel día en adelante sabrá la casa de Israel que yo soy Jehová su Dios…. No esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor (39:7,22, 29)”

David es uno de los más claros tipos del Antiguo Testamento de Cristo. Por lo tanto, podemos ver las implicaciones proféticas acerca de la Segunda Venida de Cristo en el incidente de 2 Samuel antes citado. Este hecho se hace aún más evidente en el pasaje de Ezequiel 37. Que el Mesías prometido se conoce como David refleja el hecho de que Él es el último “hijo de David”, que reinará sobre el trono de David en Jerusalén sobre Israel restaurado y en el mundo para siempre.

Zacarías da más detalles en la ampliación a estas profecías: “Porque yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén… Después saldrá Jehová y peleará contra aquellas naciones… Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén… y vendrá Jehová mi Dios, y todos los santos con Él…. Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, el espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron…” (Zacarías 14:1-5; 12:10 a).

Es evidente que Dios está hablando… pero ¿qué quiso decir que Él ha sido traspasado por Israel? ¿Y por qué parece referirse a otro cuando Él sigue diciendo: “… y harán llanto sobre Él, como llanto sobre unigénito” (12:10 b)? Ellos me traspasaron a “mí”, dice Dios, pero van a llorar por “Él”. ¿Acaso las palabras de Cristo explican esto cuando dice: “Yo y mi Padre uno somos” (Juan 10:30)?

El luto de Israel sólo puede estar en el remordimiento por haber “traspasado” a su Dios. Pero, ¿cómo es eso posible? Sólo si Dios se hubiera convertido en un hombre a través de un nacimiento virginal y había sido rechazado y crucificado como Isaías predijo: “He aquí una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel [Dios con nosotros]” (Isaías 7:14): “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado será sobre su hombro [es decir, Él es el Mesías que reinará]; y se llamará su nombre… Dios Fuerte, Padre Eterno…” (9:6), “Despreciado y desechado… herido fue por nuestras transgresiones… molido por nuestros pecados… y por su llaga fuimos nosotros curados” (53:3-5). Además, sólo sobre la base del Mesías, que es Dios mismo, pagando el castigo por nuestros pecados, puede Zacarías continuar diciendo que, como resultado del reconocimiento de Israel y el duelo: “En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los moradores de Jerusalén, para lavar el pecado y la inmundicia” (Zacarías 13:1).

Sin duda, Israel está hoy en relación a la llegada de “David” donde ella se encontraba en relación con el original rey David después de su rechazo. Al ser rechazado, Jesús dijo: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mateo 23:39). Esto sí va a pasar en medio de Armagedón como Israel, atacada por los ejércitos de todo el mundo bajo el Anticristo, se enfrenta a la aniquilación, y grita con desesperación a su Mesías. Él viene a su rescate y ven que es un hombre que fue traspasado a la muerte y resucitó de nuevo, el mismo Jesús que han despreciado y rechazado, como su propio profeta Isaías predijo con tanta claridad (Isaías 53).

¿Podríamos también encontrar aplicación para la Iglesia? Cristo ha prometido que vendrá y nos llevará a la casa de su Padre donde hay muchas mansiones (Juan 14:2-3). ¿Podría ser que, como David esperó a Israel para invitarlo de nuevo, Cristo regresará sólo cuando su novia le exhorte encarecidamente a hacerlo? Los Absaloms de este mundo han capturado los corazones de los cristianos en todas partes. Nos encontramos en medio de la apostasía. Lo último que quiero es que muchos cristianos crean que el rapto podría interferir con sus planes terrenales.

Cristo predijo que “y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la media noche fue oído un clamor: He aquí, viene el esposo; salid a recibirle” (Mateo 25:5-6). ¿No es tiempo para el grito resonando en la Iglesia? ¿Podría ser esta la razón por la que Apocalipsis termina: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven…. sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17,20)? ¿Cuándo la iglesia dirá una palabra “para traer de vuelta el rey”? Quienes “aman su venida” (2 Timoteo 4:8) sonarán el grito de medianoche: “¡Aquí viene el novio! ¡sí, ven, Señor Jesús!” Y que esto nos impulse a muchos otros a unirse a nosotros en esta petición a nuestro Salvador.

TBC

(Originalmente publicado en Abril 2002 en el periódico ‘The Berean Call’)

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